Mochila y maleta

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domingo, 3 de febrero de 2013

Hotel RH Porto Cristo: Fin de semana romántico en Peñíscola

Durante estos días, los hoteles están preparando el fin de semana del Día de los Enamorados, que se extenderán a lo largo de todo el mes. Yo elegí celebrarlo con mi pareja el fin de semana del 3 de febrero, y para pasar un estupendo San Valentín  en la siempre atractiva Peñíscola.

El hotel elegido fue el RH Porto Cristo, un moderno hotel que se ha reformado hace unos pocos años en primera línea de playa. Su situación en la Avenida Papa Luna, concretamente en su inicio, a escasos metros del casco histórico de la población.


El hotel

El acceso es sencillo y en el mes de febrero es muy sencillo aparcar a escasos 50 metros de la entrada al establecimiento. Algo que no es recomendable hacer durante la temporada alta, que será tremendamente difícil y se tendrá que buscar el garaje del hotel, que cuesta 4 euros al día.

Al RH Porto Cristo se accede a través de la elegante terraza, presidida por una barra de temporada, desierta en esta época del año, pero que, unida a la vecina piscina, crea un ambiente muy acogedor durante el verano. La puerta del hotel enfrenta a esta barra, y una traspuesta, llegamos hasta el mostrador de la recepción.

En unos minutos tenemos listos los papeles de la habitación, que ya está lista y preparada desde algo antes del medio día. Es pequeña, pero suficiente, y tiene una pequeña terraza, desde la que se ve la imponente figura del peñón y el castillo del Papa Luna y un buen trozo de playa.

La sorpresa nos la encontramos en la cama, en forma de dos elegantes cisnes formados con las toallas y bombones escampados por ella. La botella de cava, nos informan, la subirán en el momento en que la solicitemos. Un punto a su favor, ya que en otros lugares dejan la botella al llegar, y puede no estar lo suficientemente fresca en el momento de consumirlo.

La comida no la hicimos en el hotel, ya que teniendo un poco de tiempo, decidimos acercarnos al casco histórico, pasear por sus calles y perdernos por esos rincones con historia. El viento hizo que prácticamente estuviera todo vacio, y pudimos pasear por Peñíscola con una tranquilidad que no se encuentra a partir de mayo.

En el acceso a la ciudad, hay varios restaurantes, desde los que salieron los responsables a "captarnos" para comer. Obviamente, salimos escopeteados de la zona. No hay nada más desagradable que tener que ir esquivando a los camareros que te "invitan" a entrar al local, utilizando normalmente técnicas de acoso y derribo. La llevaban clara con nosotros. Habíamos estado en Marrakech poco antes, y allí supimos escaquearnos. Estos, eran aficionados a su lado. 

El casco histórico estaba desierto, y el viento no invitaba a pasear demasiado por las calles vacías. El Bufador estaba en plena actividad, dado el oleaje reinante en el mar, y se podía escuchar el sonido a través del agujero excavado por el agua en la roca.

Bajamos por el lado opuesto del pueblo y volvimos a la zona de las terrazas donde nos abordaron al subir. Habíamos visto los menús de todas ellas al subir y sabíamos que en todas había un menú por 9,5 euros, seguramente pactado por todos los restaurantes, y nos sentamos en el que nos pareció más adecuado, ya que era hora de comer y teníamos hambre.