Imagen: Flequi - Flickr
A solo unas horas de vuelo desde España, nos podemos adentrar en otro continente, repleto de magia, que acoge al viajero con muchas ganas y que nos permite trasladarnos en el tiempo. Marrakech es una ciudad que tiene esa magia que no se encuentra en otros lugares, y que llena los sentidos del visitantes.
Es difícil llegar a esta ciudad marroquí y no sentirse bombardeado por una mezcla de olores que inunda el olfato y ya anuncia que nos vamos a encontrar aldo diferente a lo que conocemos en Europa. El aeropuerto de Menara está a solo unos metros de la ciudad y permite un acceso rápido y cómodo hasta la Medina.
Los alojamientos en la ciudad varían de precio. Podemos optar por un hotel al estilo occidental, o alojarnos en uno de las decenas de Ryads que hay en sus pequeñas y angostas calles. En unos y otros, la atención es uno de los puntos fuertes y consiguen que el visitante se sienta cómodo.
Todos los edificios son bajos, ya que no pueden superar la altura de la torre de la Mezquita, y el color de todas sus fachadas es el ocre. Es el color de la ciudad y ninguna puede estar pintada en otro color. La uniformidad de todos los edificios impacta cuando te das cuenta de ello.
En el centro de la ciudad encontramos la Plaza Djemaa El Fna, auténtico centro neurálgico de una ciudad que muchos consideran capital real del país, aunque el centro administrativo esté en Rabat. Durante el día, podemos encontrar atracciones para el turista, que puede fotografiarse con monos, serpientes o acercarse hasta las tiendas del zoco. Millones de ofertas que hay que saber regatear para obtener al mejor precio.
Por la noche, la plaza muta en un inmenso comedor, en el que se puede cenar por muy poco dinero, en cualquiera de los puestos que se instalan al atardecer. Una experiencia que se ha de disfrutar al menos una vez cuando se visita la ciudad.
Grupos de cuenta cuentos, músicos y todo lo imaginable se reparte por esta plaza que bulle de actividad, para los turistas, pero también para los propios habitantes de la ciudad, que viven en la calle tal y como se hacía en España no hace tantos años.
Los olores de las especias, de las fritangas, los caracoles y las naranjas invade por la noche esta plaza llena de vida y de entretenimiento que sorprende a quien no ha viajado nunca a una población como esta.
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